II. De una geometría metafísica
“Nunca encontraremos el sentido de algo si
no sabemos cuál es la fuerza que se apropia
de la cosa, que la explota, que se apodera de
ella o se expresa en ella”.
Gilles Deleuze
La primera anotación se destina a cuestionar, o matizar, aquella caracterización modélica de tres etapas del pensar de Foucault: Arqueología, Genealogía y Ética. Cada una de ellas, se ha dicho con insistencia – incluso por el propio Foucault -, parece ser definida por u motivo problemático medular. Así la arqueología ha sido descrita como una ontología histórica de nosotros mismos acerca de cómo llegamos a configurarnos en sujetos de saber. La genealogía sería la ontología histórica de la configuración en sujetos de poder, y la ética-estética lo sería sobre la emergencia de sujetos morales[1]. Pareciera entonces conformarse un orden progresivo que examina, primero, el saber; segundo, el poder y tercero, la subjetividad moral. Sin embargo, esto sugeriría la idea de un “sistema”, unas estructuras y unas etapas de desarrollo; el pensar foucaultiano como un “modelo” lógico, geométrico, cronológico. Además, desliza un modelo esperanzado en el saber, frente al cual van desfilando distintos objetos, los que irían progresivamente develándose, hasta alcanzar su fundamento. Así leído, no sería extraño pensar que el problema del saber fue lo primero, y que en su complejidad esencial se ocultaba un problema segundo y más profundo, cuyo fondo explicativo no era sino “el poder”, el cual deriva en un momento tercero, y más esencial todavía, que sería la naturaleza de lo moral. Así, el pensar foucaultiano aparece lógico, mecánico, sistémico, progresivo, un optimismo teórico.
Esta lectura reposa sobre una paradoja. Remite a la idea de un plan general, a la noción de proyecto, de un esquema, un programa de escritura pre-resuleto, conducido y gobernado por la soberanía de la voluntad – cuyas figuras institucionales más cristalizadas, bien pudieran ser las nociones de “autor” y de “obra”. Lo que inquieta de esa interpretación es que Foucault comparece como un sujeto de pensamiento, de escritura y de habla pre-clara, como si fuese una entidad pre-existente, pre-constituida, cuya obra no sería sino la manifestación de su autonomía pre-discursiva. ¿Cuál es la paradoja? Que Foucault es leído, extrañamente, como sujeto trascendental. Frente a esto, cabría la posibilidad no sólo de extraviar a Foucault, como un “mal interpretarlo”, sino que además, permitir al “autor” su propio extravío, su propio naufragio, un Foucault no pre-claro, sino que más incierto, a la deriva, frágil, precario.
Para porfiar la inscripción instituida, se podría hacer hablar otros textos, citar otras fechas, describir otras escenas, pronunciar otras lenguas, y, curiosamente, retorciendo el orden de ese esquema, ejerciendo cierta violencia interpretativa, quizá se pueda disolver –al menos por un instante fugaz -, aquel Foucault que engendra y cristaliza la incesante cópula entre la institución académica y la industria editorial. Dislocando las piezas y cronologías dispuestas, eventualmente, sería posible hacer venir un “autor distinto”, quizá no tan diferente al “Foucault convencional”, pero al menos, ya no es el mismo. Si le prestásemos atención a otros recovecos, pliegues y cesuras, quizá el autor que aparezca porte un rostro distinto, otra vez desfigurado.
Se podría operar en dos líneas argumentales. Primero, que la separación entre arqueología, genealogía y ética, se torna cada vez más problemática si rastreásemos algunas señas que podrían desarmar esta pretendida modélica-mecánica. Por ejemplo, que el problema del pode y la subjetividad están, de diversos modos, plenamente inscritos y alojados ya en la dimensión arqueológica, aún cuando su tratamiento sea distinto y descentrado. Si examinásemos atentamente la noción misma de arqueología, en su composición, bien pudiérase atestiguar la presencia de la expresión arkhé, con todas sus derivaciones y declinaciones. Asimismo, la expresión logía, logos. De suerte que la noción misma de arqueo-logía, incuba aquella relación entre saber y poder. Esto también se haría patente en la accidentada noción de episteme, donde su propia etimología sugiere dicha relación saber-poder. Pero, desde luego, no se trata –en absoluto -, de establecer aquella lectura de naturaleza conspirativa que ausculta en el saber unas oscuras maquinaciones, de unos siniestros agentes que detentan el poder. En Foucault no se trata ni de “manipulación”, ni de “ideología”, antes bien, de observar las co-implicaciones entre la configuración ciertos regímenes y formaciones discursivas, sus afectos de verdad, sus prácticas, sus operaciones y juegos de fuerzas.
No sólo cabría examinar los propios vocablos y nomenclaturas, sino observar la temática que se construye y la analítica que se ejercita. Por ejemplo, si remitiésemos a tempranos trabajos de Foucault – sindicados como arqueológicos -, Enfemedad mentral y personalidad (1953), Historia de la locura en la época clásica (1962), El nacimiento de la clínica (1963), Las palabras y las cosas(1966), o La arqueología del saber(1969), bien se podría, en todos ellos, pesquisar e identificar, aquellos múltiples rasgos, no referenciales, sino analíticos, que se construyen mediante una reflexividad que cruza y se constituye a partir del plexo verdad, subjetividad, poder. Por de pronto, permítasenos una acotada ilustración.
Ya en la Historia de la locura Foucault instala alguna relación de cooperación, pero también de tensión entre un cierto orden del saber y ciertas prácticas e instituciones de poder.
“Desde luego, un hecho está claro: el Hôpital general no es un establecimiento médico. Es más bien un estructura semijurídica, una especie de entidad administrativa, que al lado de los poderes de antemano constituidos y fuera de los tribunales, decide, juzga y ejecuta”[2].
Foucault cita el decreto de fundación del Hospital General, en 1656, que en su artículo XII dice que como medios de orden y control sobre los internos:
“…los directores tendrán estacas y argolla de suplicio, prisiones y mazmorras, en el dicho hospital y lugares que de él dependan, como ellos lo juzguen conveniente, sin que se puedan apelar las ordenanzas que serán redactadas por los directores”[3].
Además, Foucault destaca un hecho de relevancia, y es que la institución del Hospital General – tal como establece dicho decreto, en su artículo XI y XIII -, ejerce su dominio sobre todos los pobres de París.
“Todos son afectados ahora al servicio de los pobres de París, de todos los sexos, lugares y edades, de cualquier calidad y nacimiento, y en cualquier estado en que se encuentren, válidos e inválidos, enfermos o convalecientes, curables o incurables”[4].
Acerca de las facultades de los directores, el decreto dice que… “Tienen todo poder de autoridad, de dirección, de administración, de comercio, de policía, de jurisdicción, de corrección y de sanción, sobre todos los pobres de París, tanto dentro como fuera del Hôpital General”[5]. Por lo cual Foucault concluye que se trata entonces de una:
“Soberanía casi absoluta, jurisdicción sin apelación, derecho de ejecución contra el cual nada puede hacerse valer; el Hôpital General es un extraño poder que el rey estableceentre la policía y la justicia, en los límites de la ley: es el tercer orden de la represión (…) En su funcionamiento, o en su objeto, el Hôpital General no tiene relación con ninguna idea médica. Es una instancia del orden monárquico y burgués que se organiza en Francia en esta misma época.[6]”
Foucault advierte que en la emergencia de estar instituciones – de las cuales participa el Estado, el saber médico, clínico y ciertamente la iglesia -, se opera un cambio en las formas de percibir y comprender la experiencia de la miseria y con ello acusa la configuración de un nuevo orden.
Trátase de la necesidad de conexión entre el orden jurídico, político y económico con los sistemas de saber. Pero este tramado discursivo e institucional no se reduce a un mero “encubrir” o “legitimar” condiciones de opresión, se trata radicalmente de la emergencia y configuración de un diagrama comprensivo, de una cierta racionalidad – se trataría de una episteme-, en cuanto remite a un conjunto de regularidades y formalizaciones discursivas que organizan y componen las prácticas de saber y los efectos de verdad de una época. En este contexto tendría lugar el fenómeno de la internación que se propagaría por la mayor parte de Europa.
“Es necesario recordar que, pocos años después de su fundación, solamente en el Hôpital Général de París estaban encerradas 6 mil personas, o sea aproximadamente el 1% de la población”[7].
Según Foucault, lo que se produce es otra experiencia del orden, la necesidad de internar y controlar, pero por sobre todo, la necesidad de saber, de comprender y categorizar aquello que se confina[8].
“…una nueva sensibilidad ante la miseria y los deberes de asistencia, nuevas formas de reacción frente a los problemas económicos del desempleo y de la ociosidad, una nueva ética del trabajo, y también el sueño de una ciudad donde la obligación moral se confundiría con la ley civil, merced a las formas autoritarias del constreñimiento”[9].
“…va a nacer una experiencia de lo político que no hablará ya de una glorificación del dolor, ni de una salvación común a la Pobreza y a la Caridad, que no hablará al hombre más que de sus deberes para con la sociedad y que mostrará en el miserable a la vez un efecto del desorden y un obstáculo al orden. (…) De una experiencia religiosa que le santifica, pasa a una concepción moral que la condena. Las grandes casas de internamiento se encuentran al término de esta evolución: laicización de la caridad, sin duda; pero, oscuramente, también castigo moral de la miseria”[10].
Bástennos aquellas indicaciones para advertir que así podríamos graficar esta analítica que cruza y constituye la relación entre regímenes de verdad, poder y subjetividad, en cualquiera de los otros “textos arqueológicos”. Decir por ejemplo, que en “El nacimiento de la clínica”, el régimen de representación, la mirada médica – como dispositivo discursivo que objetiva una forma-hombre -, torna visible los reveses sombríos del cuerpo, re-funda una naturaleza estableciendo las distinciones entre lo sano y lo patológico, al tiempo que delimita la frontera entre vida y muerte[11].
Del mismo modo, en Las palabras y las cosas, podría extensamente detallarse aquella mutación de la época clásica a la época moderna, observando la irrupción y formación de ciertas series discursivas – Biología, Lingüística y Economía -, que objetivan y dan nacimiento a la figura del hombre”[12].
Sin embargo, en una segunda línea argumental, se podría intentar desmantelar la fijación de esta organización mecánica, si des-organizáramos “la obra” foucaultiana, ahora más bien como una deriva, no como unidad centrada, geométrica, monolítica y pre-dispuesta. Sino visibilizar sus rizomas, su régimen de emergencia, de procedencia, la irrupción del propio devenir foucaultiano[13], es decir, considerar su propia condición acontecimental, múltiple, des-centrada y des-localizada. Por ejemplo, sugerir otras disposiciones y lecturas, poner a circular la “Introducción a Binswanger”[14], (Le Rêve et L`Existente), de 1954, donde curiosamente son otras la voces que ahí parecen susurrar, otras complicidades, otras las insistencias y las figuras que habrán de aparecer. Si contemplásemos en su brincar y nos diéramos a la escucha de su croar, qué traerían consigo los signos de aquel prefacio a Jean Pierre Brisset, El ciclo de las ranas[15], de 1962. Si abrigásemos, tan sólo en un fracción de tiempo y en un trozo de piel, aquel desgarro de Pauliska, en Un saber tan cruel[16], de 1962. Si padeciéramos nuestro más bello y radical desvanecimiento en el portal de la muerte, en El lenguaje al infinito[17], de 1963. Si abrazáramos nuestro suicidio con la mágica fascinación de quien emprende un primer amor, como en Un placer tan sencillo[18], de 1979. ¿Qué (nos) ocurriría si pusiésemos a flotar aquellos textos sin datas, ni nombres, sin rostros, sin firmas, y luego volviésemos a surcar, curvar, danzar, una y otra vez, sobre cada uno de sus infinitos pliegues? ¿Qué melodías, trazos, compases, espectros, colores, texturas y ensoñaciones no tardarían en asomar?¿Qué disoluciones operarían sobre “el autor”, sobre “la obra” y “su lector”?
[1] Michel Foucault. “Sobre la genealogía de la ética: una visión de conjunto de un trabajo en proceso”(Entrevista con H. Dreyfus y P. Rabinow). Hubert Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica, trad. Rogelio Paredes, Buenos Aires, Nueva Visión, p. 270.
[2] Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, Vol. I, trad. Juan José Utrilla, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 81-82.
[3] Ibid., p. 82.
[4] Ibid., p. 81.
[5] Ibid., p. 81.
[6] Ibid., p. 82.
[7] Ibid., p. 89.
[8] Michel Foucault, Los anormales, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 15.
[9] Foucault, Historia de locura, Vol. I, op. Cit., p. 90.
[10] Ibid., pp. 94-95.
[11] Michel Foucault, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, trad. Francisca Peruyo, Madrid, Siglo XXI, 1999.
[12] Michel Foucault, Las palabras y las cosas, trad. Elsa Frost, México, Siglo XXI, 1997.
[13] Se trataría de curvar la genealogía sobre el propio Foucault, al respecto, Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia, trad. José Vazquez, Valencia, Pre-textos, 1997.
[14] Michel Foucault, “Introducción entre filosofía y literatura, trad. Ángel Gabilondo, Barcelona, Paidós, 1999. p. 65.
[15] Michel Foucault, “El ciclo de las ranas”, Siete sentencias sobre el séptimo ángel, trad. Isidoro Herrera, Madrid, Arena Libros, 1999, p. 11.
[16] Michel Foucault, “Un saber tan cruel”, Entre filosofía y literatura, op, cit., p. 149.
[17] Michel Foucault, “Lenguaje al infinito”, Entre filosofía y literatura, op. Cit., p. 181.
[18] Michel Foucault, “Un placer tan sencillo”, Estética, ética y hermenéutica, trad. Ángel Gabilondo, Barcelona, Paidós, 1999, p.199.