Pluralismo y universalismo.
La mundialización de las técnicas comunicacionales fue primeramente un factor de apertura al mundo. Nunca se señalará lo suficiente la importancia de la radio y la televisión como ventanas abiertas al mundo. Más de 4.500 millones de aparatos de radio y 3.500 millones de aparatos de televisión, sin contar 1.000 millones de teléfonos celulares y aproximadamente otros tantos internautas, se traducen por fuerza en más apertura. Esta es además la razón por la cual los regímenes autoritarios desconfían de las técnicas de comunicación: basta observar los recelos de China a internet. Porque no se puede controlar ni los mensajes que circulan ni sus influencias. Si se enfatizan, con razón, los límites del modelo occidental en materia de información política, también es preciso admitir que durante más de 50 años este modelo desempeño claramente un papel fundamental de apertura a la democracia.
La mundialización de las técnicas comunicacionales fue primeramente un factor de apertura al mundo. Nunca se señalará lo suficiente la importancia de la radio y la televisión como ventanas abiertas al mundo. Más de 4.500 millones de aparatos de radio y 3.500 millones de aparatos de televisión, sin contar 1.000 millones de teléfonos celulares y aproximadamente otros tantos internautas, se traducen por fuerza en más apertura. Esta es además la razón por la cual los regímenes autoritarios desconfían de las técnicas de comunicación: basta observar los recelos de China a internet. Porque no se puede controlar ni los mensajes que circulan ni sus influencias. Si se enfatizan, con razón, los límites del modelo occidental en materia de información política, también es preciso admitir que durante más de 50 años este modelo desempeño claramente un papel fundamental de apertura a la democracia.
La apuesta fundamental no sería tan fuerte de no haber existido, desde hace un siglo, esa batalla por la libertad de información y comunicación. Dicho de otra manera, el éxito de las técnicas comunicacionales en el plano mundial aceleró la concienciación de los límites de la cultura mundial y la necesidad de preservar los vínculos entre las culturas y las industrias nacionales. Una cosa es que Occidente ya no pueda imponer al mundo, a marcha forzada, su modelo de sociedad, y otra muy distinta el que como consecuencia de ello se deba desestimar su concepción de la libertad individual y de la democracia. No tiene sentido caer en una visión sistemáticamente crítica de Occidente. No hay que ser ingenuos o idealistas en cuanto al carácter presuntamente más libre o democrático de otras sociedades u otras culturas. El respeto de pluralismo cultural no impedirá defender el modelo democrático occidental. Basta mirar un mapa, informarse, viajar, para comprender los límites del modelo cultural occidental, la obligación de atender lo más rápido posible a la diversidad cultural, pero también el escasísimo número de países democráticos que existen en el planeta y el profundo movimiento de emancipación generado por la filosofía política de Occidente.
Por otra parte, todos los principios jurídicos y políticos que permitieron pensar y organizar el concepto de comunidad internacional, dar vida a este concepto pese al conflicto Este-Oeste de ayer y a las desigualdades Norte-Sur de hoy, encuentran su fuente en el pensamiento occidental. Así pues, abandonar el occidentalismo no debe hacer olvidar que el universalismo tiene en él sus raíces. Si occidente consigue pensar cierto relativismo cultural, contribuirá también a reafirmar las raíces occidentales del universalismo. A esta empresa se abocó la UNESCO con su declaración universal sobre la diversidad cultural de noviembre de 2001. Esta declaración propone una definición muy amplia de la cultura: “La cultura debe ser considerada como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social; (…) ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, las formas de convivencia, los sistemas de valores, las tradiciones y creencias”. Esta definición encontró resonancias en la conferencia de Johannesburgo de septiembre de 2002, donde la diversidad cultural fue presentada como la garantía del desarrollo perdurable.
Se trata, con toda claridad, de una nueva definición de la cultura, más amplia que la vinculada al patrimonio y que en cierto modo concierne a la “cultura culta”. Hoy en día, la cultura engloba todos los elementos del entorno tradicional o contemporáneo que hacen posible situarse en el mundo, comprenderlo parcialmente, vivir en él y no sentirse amenazado o excluido. Todo puede volverse cultural para construir una visión más estable de ese mundo. Y al mismo tiempo no hay cultura sin relación, apertura y a veces comunicación. La cultura se convierte, pues, en un fenómeno mucho más complejo y dinámico. Frente a la desestabilización provocada por el aumento de los intercambios, ella se mantiene como un factor de estabilidad.
La cultura siempre ha tenido estas dos dimensiones: identidad ligada al patrimonio para conservar sus raíces, apertura ligada a la historia para pensar el mundo contemporáneo. Sólo que, en un siglo, la proporción entre estas dos dimensiones ha cambiado. Hoy, la de apertura es de tal magnitud, ha alcanzado una escala tan considerable y de tan grande valoración – visible en la ideología de la modernidad -, dimensión de apertura centrada en el presente e indiferente al pasado, que es de esperar el retorno de una problemática identitaria cuyo sentido no será, a todas luces, el que tenía hace un siglo.
Es primordial para nosotros efectuar una reflexión de conjunto sobre el estatuto de la cultura. Y no es una paradoja menor el que deba acreditársela al profundo movimiento de mundialización de las comunicaciones. Por otra parte, podemos indicar tres etapas en el proceso de apertura de la comunicación y la cultura. La mundialización de las técnicas fue al principio un formidable agente de apertura, desde el teléfono hasta la radio, la televisión, el ordenador. En la segunda etapa, donde hoy nos encontramos, las diferencias culturales deben ser objeto de una atención particular. La tercera etapa corresponde a la toma de conciencia de los límites que es preciso imponer a dicha mundialización. Las reacciones en contra son suscitadas por una visión demasiado occidental, en especial estadounidense.