jueves, 6 de septiembre de 2007
Continuación....."La Otra Mundialización", escrito por Dominique Wolton.
Por último, el receptor…
La mundialización de las comunicaciones nos obliga a pensar la cuestión de la alteridad. Esto se observa ya en materia de información política, que es el sector donde los receptores, es decir, los ciudadanos, expresan con mayor claridad sus reacciones. Durante la guerra del Golfo, en 1991, la cadena de información continua CNN difundió hasta la caricatura el punto de vista estadounidense sobre el mundo. Lo mismo sucedió tras los atentados del 11 de septiembre y durante la guerra en Afganistán. Pero la aparición de la cadena informativa Al Jazira acabó en cierto modo con ese monopolio. En todo caso, depender de Al Jazira para obtener informaciones sobre Bin Laden posibilitó a los occidentales una doble toma de conciencia: por un lado, era preciso contar con otras fuentes de información además de las estrictamente occidentales; por el otro, se debía evaluar la reacción de los receptores, en esta caso la opinión pública de los países árabes. Y mañana el problema se planteará de modo idéntico para América Latina, Asia, África.
Desde este punto de vista, un nuevo trabajo de reflexión debe ser emprendido en lo atinente a la información. Durante muchísimo tiempo los periodistas construyeron la información según lo que ellos mismos tenían por justo y verdadero, y esto con independencia de los receptores. Hoy ya no es así: el receptor se impone. Es un progreso, pero ¿hasta qué punto? En efecto, ¡si es indispensable tener en cuenta al receptor, ello no justifica montar la información según lo que el destinatario anhela escuchar! Estaría en peligro la libertad de información; pues, por definición, informar consiste casi siempre en anunciar algo que perturba. Es tarea prioritaria reflexionar sobre las necesidades de diversificar la información y sobre los límites que es necesario preservar al tomar en cuenta el punto de vista del receptor.
Sobre todo, contrariamente a lo que durante mucho tiempo se quiso hacer creer, esto significa que el receptor nunca es pasivo; de una punta a la otra del mundo, se interesa en programas diferentes.
Si la industria estadounidense de la imagen no supo en parte moldear gustos comunes, esto no vuelve innecesaria la diversificación de la oferta según las áreas culturales; incluso es muy probable que los públicos nacionales reclamen cada vez más producciones vinculadas a las identidades de orden cultural. En este terreno no sucederá lo que sucedió, por ejemplo, con la industria del petróleo. En los últimos 30 años hemos asistido a tentativas abortadas de desarrollar industrias petroleras nacionales; y la supremacía de las multinacionales anglonorteamericanas siguió siendo aplastante. Este proceso no podrá tener lugar con las industrias culturales, por la sencilla razón de que tocan lo esencial de los pueblos: los valores y las representaciones del mundo. Contentarse con tener vagamente en cuenta estas diferencias no bastará para serenas los espíritus. Mañana será preciso que el mundo se abra a los productos audiovisuales del Sur, en la actualidad totalmente ignorados por el Norte – salvo pocas excepciones -, especialmente en lo que respecta a Egipto, India y Brasil. Mientras domina el modelo de comunicación funcional, la demanda se acuña sobre la oferta. Pero a partir del momento en que se intenta pasar a una comunicación más normativa, se toman más en cuenta las problemáticas de la convivencia y la participación culturales.
Con el surgimiento del receptor, el siglo XXI debe comenzar a pensar de veras una política de la diversidad cultural. Si no hay opinión pública mundial, hay en cambio culturas. Reflexionar sobre las condiciones de recepción de los diferentes mensajes obliga a pensar la convivencia cultural, y depende de tres fenómenos de base. Primero, no hay teoría de la comunicación sin una problemática del receptor. Esto se traducirá igualmente en la necesidad de admitir la negociación y, por tanto, de lentificar el proceso de comunicación, mientras que hasta ahora sólo se hablaba de acelerarlo. Por ejemplo, la Unión Europea, que no ha parado de acelerar su construcción hasta el punto de volverla irreversible, está obligada hoy, con la ampliación de 25 estados miembro a lentificar el procedimiento para respetar mejor la diversidad de los ciudadanos. Por último, admitir la legitimidad del receptor es trastocar la jerarquía entre lo alto y lo bajo. Es, a la larga, admitir cierta igualdad, en todo caso una igual dignidad entre los diferentes participantes en las industrias de la comunicación. Tomar en cuenta al receptor es, finalmente, plantear la cuestión de la alteridad y por tanto de la convivencia, que será uno de los grandes asuntos políticos del siglo XXI.
Etiquetas:
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