viernes, 21 de septiembre de 2007

Continuación....."La Otra Mundialización", escrito por Dominique Wolton.


Las plataformas del futuro.

Aceptar la especificidad de las industrias culturales.

Las industrias culturales no son como las demás. Son industrias, sin duda, pero su objeto – la información, la comunicación, la cultura – les otorga una condición específica que desborda a la lógica económica.
Durante 20 años, la expansión técnica y económica de las telecomunicaciones, los sistemas audiovisuales y la informática fue de tal magnitud que este lenguaje no pudo ser entendido. La información y la comunicación se mostraban más bien como el medio para reestructurar el capitalismo, descubrir nuevas fuentes de beneficios después de los acumulados por los sectores industriales del carbón, el acero, el petróleo o la energía nuclear. La información y la comunicación, transversales a todas las actividades económicas y sociales, pasaban a ser “el sistema nervioso” de esta nueva economía mundial en construcción. ¿Por qué conceder entonces un rango especial a lo que se convertiría en centro de la economía del mundo y permitir finalmente a los paises desarrollados mantener su adelanto técnico, cultural, político? Sostener el sector de la comunicación, banalizarlo, ¿no era mostrarse a favor del progreso? Formular interrogantes, denunciar la ideología técnica, reclamar un proyecto político más allá de las innovaciones, alertar contra la reestructuración del capitalismo sobre la base de las industrias de la comunicación, temer a la dominación cultural traducían en el mejor de los casos una posición conservadora, y en el peor una culpable pusilanimidad.
En esa época fuimos muy pocos los que elevamos la voz para expresar la urgencia de pensar los nuevos medios de comunicación, sobre todo por comparación con los medios clásicos, así como de abandonar la ideología técnica, y ello para recordar la dimensión política, en sentido amplio, de la cultura y de los vínculos entre identidad, cultura y comunicación. La caída del Nasdaq y el crac de las industrias de telecomunicaciones confirmaron en cierto modo nuestra hipótesis. A la larga, los argumentos esgrimidos para recordar que la información y la comunicación no son mercancías como las demás resultarán quizá menos descalificados. Se juegan en ello nada menos que la paz y la guerra del futuro.
La primera “revolución mental” a emprender es meditar sobre los desafíos geopolíticos de la comunicación, y pasar de una ideología de los sistemas de información a una problemática de las comunicación; admitir que el problema principal en este sector no es la producción y difusión de un numero creciente de informaciones de toda índole, y reconocer más bien que estas industrias administran visiones del mundo y que, por tanto, son inseparables de una reflexión sobre sus condiciones de acogida. Aunque la información tenga un precio y en todas partes se convierta en mercancía lucrativa, no se reduce a esto, pues su uso va más allá de la economía. Hoy, por ejemplo, nadie niega que el terrorismo internacional se desarrolló fundamentalmente sobre la repulsa del modelo occidental. Aunque los terroristas utilicen los mismos sistemas de información que los occidentales, empezando por Internet, los emplean para cosas muy distintas. He aquí una prueba de que lo esencial no está del lado de la técnica sino del de la información y de los modelos culturales que ella transmite.

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