martes, 28 de agosto de 2007

Continuación....."La Otra Mundialización", escrito por Dominique Wolton.



Funcional y normativo

El proceso de racionalización y hasta de dominación cultural impuesto por Occidente, ¿es ineluctablemente fuente de contradicciones? ¿Es fatal el conflicto entre las dos dimensiones contradictorias de la modernidad, movilidad y velocidad por un lado y necesidad de identidad y cultura por el otro? No, y ello por una simple razón. Si la cultura y la comunicación hacen el meollo de las industrias mundiales, con el creciente riesgo de contradicciones son también valores de base del humanismo occidental. Justamente esta dimensión de los valores permite oponerse a la exclusiva lógica de instrumentalización de la cultura y la comunicación. Es como la democracia: siendo imperfecta, se la desvirtúa cotidianamente, pero los valores en nombre de los cuales se la construye permiten sacar a la luz sus desviaciones. Dicho de otra manera, aun si las industrias culturales y de la comunicación perciben tan sólo un mercado potencial de 6.000 millones de individuos, el ideal de emancipación subyacente en el seno de la cultura y la comunicación proporcionará, en el futuro, las armas para luchar contra la reducción de una y otra a una simple lógica industrial. Y, en consecuencia, por un mayor respeto de las diferencias culturales.

El término fundamental es margen de maniobra. La cultura y la comunicación pueden estar tanto del lado de los valores como de los intereses, de la racionalización como de la emancipación, de la lucha política como de la economía de mercado. Por otra parte, si estuvieron muchas veces del lado de los poderes militar y político – de lo cual la historia nos ofrece múltiples ejemplos – o del poder económico – tal como se observa hoy con la mundialización - , también han sido lugares de resistencia. Para dar cuenta de esta ambivalencia, yo sostengo que existen dos dimensiones en la información, la comunicación y la cultura.
La dimensión funcional remite simplemente al hecho de que, en la sociedad, todo se intercambia. La interdependencia es creciente, pero la transmisión, la difusión y el intercambio pueden ser actividades carentes de ideal. Es funcional lo que presta un servicio. A la inversa, la dimensión normativa remite a un ideal, ideal de reparto, comprensión intercambio con el otro en el sentido de comunión, que hacen también al meollo de la actividad humana y social. En la información, la comunicación y la cultura existe siempre esta dualidad por la que ambas dimensiones – y en esto reside su excepcional interés – se han conjugado. El ideal nunca está lejos de la necesidad. De ahí que exista un margen de maniobra.

He señalado ya esto en mis trabajos precedentes. Asimismo, cuando hablo de “sociedad individualista de masa” intento dar cuenta de la existencia de dos valores contradictorios tan importantes el uno como el otro, y que coexisten: el de la libertad individual y el de la igualdad. Cada uno de nosotros quiere a la vez la libertad y la igualdad. Si la información y comunicación pueden estar del lado de la normatividad y de la emancipación, pueden también detenerse en la sola dimensión funcional y generar desigualdad, dominación. El interés de la modernidad como concepto central de nuestras sociedades está en que admite las aspiraciones opuestas de los individuos y en que procura tolerarlas. Somos a la vez individualistas e igualitaristas; miembros de comunidades pero asignados a una sociedad, ciudadanos europeos y enlazados finalmente a una identidad nacional. Perseguimos otras relaciones individuales y defendemos la pareja y la familia; estamos abiertos a las culturas del mundo y somos fieles a las raíces culturales regionales o nacionales, amenazadas por la mundialización. Dicho en otras palabras, las sociedades occidentales tienen dificultad para elegir entre la fascinación por la apertura, la velocidad, la cultura de los otros, el fin de las coacciones, una especie de anarquía individual, y por otra parte un profundo apego a las tradiciones históricas e institucionales. Nuestra identidad cultural y nuestra aspiraciones de comunicación son plurales y contradictorias.
Reaparece aquí la complejidad de la cultura y la comunicación. Ambas son vectores de emancipación, matriz de industrias florecientes y al mismo tiempo vías para un retorno identitario. Esto explica la batalla por la diversidad cultural emprendida desde que se estableció el Acuerdo multilateral de inversión (AMI) de que es hoy heredero el movimiento antimundialista, o las tensiones en el interior de la Organización Mundial de Comercio. Si comunicación y cultura no fueran siempre portadoras de esta doble dimensión, no habría enfrentamiento. También por este motivo no habrá Big Brother, no habrá poder totalitario ejercido desde las redes. Las industrias culturales pueden imponer modas, pero no controlan culturas. Las colectividades y los pueblos son capaces de resistírseles, aun si esto no es inmediatamente visible.

Yo creo, desde luego, junto con los marxistas, que las industrias culturales se pondrán, a la larga, más del lado de la dominación que de la emancipación pero, a la inversa, no me parece que los pueblos e individuos estén alienados por su causa. Se encuentra sojuzgados, sin duda, pero existe efectivamente un margen de maniobra. ¿Cómo hacerlo valer? Recordando siempre la dimensión normativa de la cultura y de la comunicación, que permite impugnar su dimensión funcional, desenmascarar las ideologías técnicas, criticar a los mercaderes del templo, emprender el combate por los derechos de autor, insistir en el desafío de la regulación internacional de Internet, subrayar el papel básico de lazo social desempeñado por los medios de comunicación, justipreciar el servicio público que prestan, enfatizar las identidades culturales nacionales frente a la cultura mundial…

Sospechamos que estas acciones darán lugar a muchos enfrentamientos. Las industrias culturales, en su expansión, apelarán a la dimensión normativa de la cultura y la comunicación para ampliar mejor sus mercados. Pero esta misma ambigüedad les impedirá reducir por completo los valores respectivos a simples instrumentos. Será siempre posible apoyarse en las referencias normativas para combatir las derivas comerciales.
A condición, evidentemente, de desarrollar lo antes posible una lógica de conocimiento, es decir, una capacidad crítica frente a las promesas de la industrias culturales mundiales que pueda poner de resalto la diferencia entre los valores de emancipación, libertad y creación, inherentes al ideal de la comunicación, y la realidad de los hechos. En un sentido, la ambivalencia de la cultura y la comunicación es el aliado más valioso para la reflexión crítica sobre los desafíos de la mundialización.

Esto es lo que se comprendió con la reciente crisis del Nasdaq. Al reventar, la burbuja especulativa hizo más evidente el exceso de promesas de la cibersociedad. Si, conjuntamente con la crisis económica, no hubiese habido conciencia del carácter específico de este sector, no se habría asistido a un vuelco tan rápido de la opinión ante lo que se ensalzaba todavía ayer, a saber: las “promesas” mundiales de las técnicas de comunicación.

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